En abril de 2006, llegamos a la conclusión de que Europa tiene miles de rutas por descubrir: puedes pasar de las más formidables playas y costas a las verdes montañas, disfrutar del paisaje natural o pasear por pueblos con encanto y ciudades con historia…

No había discusión posible: empezaríamos por Italia. El viaje nos iba a llevar cuatro semanas…

El día que nos íbamos, nos despedíamos de mis padres en la calle, cuando un tío en un BMW se paró en medio de la calle a nuestro lado, se bajó del coche y, llave en mano, nos soltó: «Os cambio el coche por la moto». Risas y un evidente «NO» por respuesta.

La foto, impresionante: tour pack, maletas laterales, rulos sobre maletas laterales y maleta de depósito… seis en total. Fa podía ir completamente tumbado sobre la maleta del depósito. El que nos viera, seguro pensaba: «novatos…»y sí, este año lo llevamos mejor…

Ahora, cuando pienso en este viaje, siempre me acuerdo de la novela de Verne «La vuelta al mundo en 80 días» donde Fogg pasa las mil y una (barcos que se pierden, trenes que se averían…) siempre sin perder de vista su objetivo y buscando alternativas para poder continuar.  Nadie dijo que fuera fácil, pero fue divertido.

Primera parada, Avignon. Casi fue la primera y la última… (llamadlo «gafe» si queréis…, yo lo llamo anécdotas y contratiempos que nos hacen reír todavía hoy…).

En definitiva, que acabé veinte horas en el hospital conectada a sueros pensando que tenía inflamación de apéndice; perdimos el ferry que nos llevaba de Niza a Córcega y Fabry casi  se rompe la mano aporreando la puerta del hotel a la 1:00 de la mañana porque se habían olvidado de darnos el código.

Fa quería volver… «a no, no espero todo un año para volver a Barcelona». Prescripción médica, medicamentos y ganas, él y yo nos fuímos todos juntitos a intentar embarcar en un ferry a Córcega.

Llegamos con un día de retraso, por lo que tuvimos que atravesarla para llegar al hotel que teníamos concertado en Ajaccio, la «cuna de Napoleón».

No hubiera imaginado nunca semejante espectáculo. Fue anocheciendo mientras subíamos y bajábamos montañas. Verdes, frondosas…a veces los árboles no dejaban ver el cielo. No había luces. De tanto en tanto, un pueblecito de cuatro casas  asomaba a la carretera haciéndola todavía más estrecha. Dejamos de cruzarnos coches y seguíamos subiendo y bajando, hacía un frío terrible. Parecíamos estar en el bosque encantado, congelados y hambrientos… A Fabry se le ocurrió aullar…

De día no hubiera sido lo mismo…el retraso permitió que hoy recordemos aquellas montañas de una forma especial aunque tardamos tres horas en llegar a nuestro destino (23:00h.).

Al día siguiente debíamos llegar a Bonifacio, donde cogeríamos el ferry que nos debía llevar a Sardegna. El paisaje de la costa de Córcega mientras te alejas es impresionante. Los acantilados blancos en perfecta verticalidad parecen sacados de un cuento.

He de decir que tuvimos un polizón a bordo: subió, hizo el trayecto y desembarcó al llegar a destino sin pagar. Nunca hubiera dicho que una gaviota puediera ser tan inteligente o tan vaga, según se mire…

En Sardegna pasamos cinco noches y que decir… desde la costa Esmeralda a la parte antigua de Alghero y su gruta de Neptuno (www.mondosardegna.net/all-lang/foto/foto.php?LANG=ita&cat=grotte_nettuno), donde se habla un catalán arcaico; pasando por el parque natural del Gennargentu (www.italytourist.it/parchi1.html),  donde las vacas, cerdos, ovejas y demás pastan a sus anchas por la carretera y te encuentras pueblos tan únicos como Orgosolo y sus murales (www.fotoaleph.com/Exposiciones/Orgosolo/Orgosolo-port.html).

De Sardegna además tengo un «grato» recuerdo: una malintencionada y grandísima hdp de «vespa» (el animalito, no la moto) saltó por encima de la pantalla, esquivó a Fabry y fue a picarme allí donde tenemos dos y casi se me convierten en tres. Nueva visita al hospital, pinchazos de rigor, en resumen, me dolía más el culo que la teta!.

El ferry que nos llevaría a Sicilia salía de Cagliari. Nada que ver con lo anterior: Cagliari es una ciudad en toda regla.

Para los que conocéis a Fabry, ya sabréis que es como un lagarto al sol pero sin el como. Esto lo digo porque susodicho «ferry» no era tal. Era un borreguero e infrahumano carguero (de contenedores, síííííí) que salió con dos horas de retraso a las 10:30am (esto es Italia) y llegó a las 23:00 a Trápani, Sicilia. Había overbooking; la gente dormía por los suelos en todas partes sobre colchonetas o sobre sus maletas… Yo llegué a rozar la locura cuando cerraron el bar por tres horas y las máquinas dispensadoras no funcionaban. Él durmió plácidamente al sol todo el trayecto: pa matarlo!!!

Eso sí, en Álcamo nos esperaba el mejor hotel de todas las vacaciones.

Nuestra ruta por Sicilia empezaba en Palermo donde pasamos dos noches. La capital de la mafia tiene su encanto: las típicas calles con los balcones de estructura metálica llenos de flores…, cinquecentos por todas partes…. Es como hacer un viaje en el tiempo a los años sesenta.

Aquí es donde por primera vez decidí que nos íbamos a mover en transporte público: las continuas no significan nada; el rojo del semáforo, que si puedes pases y si no, también…; el más grande o cuyo conductor tenga más coj… pasa primero; tres en moto, sin casco y adelantando a la poli con continua… La leche que yo me hubiera dado conduciendo aquí….»Para la moto que voy andando, el estrés me está matando!!!»

Fabry me calma, «esto sólo pasa en el sur»… para él, esto no es Italia. «Italia acaba en La Toscana». «Y Roma?» digo yo. «Roma es para un milanés como Madrid para un catalán». Toma ya…

El siguiente destino era Agrigento, pero ya no llegamos… La moto decidió que no podía más a las 10:00 de la mañana del 15 de Agosto (festivo) en el desvío a Corleone.

Y ahí acabó nuestra ruta en Harley. El cómo seguimos nos llevó a utilizar un taxi del RACC durante 240km., un par de pullmans, un coche de alquiler en Sicilia en el cual no cabían las seis maletas que iban en la moto, pasar cargando las maletas por el estrecho de Messina y conseguir un segundo coche de alquiler que devolveríamos en Milán, donde cogimos un avión de vuelta. Eso sí, completamos nuestra ruta (añadiré que más fresquitos, ya que pillamos la ola de calor en el golfo de Nápoles con los termómetros marcando los 43º).

Nuestra Harley también completó su ruta: la hicieron cruzar el estrecho de Messina sobre una grua, la llevaron a Nápoles donde la tuvieron hasta reunir un trailer entero para repatriar, llegó a Barcelona, la subieron a la Seu d’Urgell y la pasaron por la aduana a finales de septiembre (tardó más de un mes y medio pero llegó sana y salva. Bueno, sana, sana, no, ya que tenía el motor roto, pero llegó).